bienvenida

Con frecuencia, se nos presenta por los distintos medios de comunicación, noticias que dependiendo del medio, más que informar, aparentemente se trata de crear un pensamiento único. Así, por citar un ejemplo clarificador, podemos recordar como se trató el tema del Juez Garzón. La noticia, básicamente, era que iba a ser procesado por presunta prevaricación. Desde el Gobiernos del Sr. Zapatero y sus amigos subvencionados, más los medios afines, se trataba de resaltar la labor de citado Magistrado contra el terrorismo. Nada que objetar si realizó su trabajo adecuadamente. Pero, acerquemos "La Lupa" a la noticia. La cuestión que nos debe preocupar es, ¿prevaricó sí o no? La Lupa nace con el próposito de tomar cada una de aquellas noticias, sobre temas o personas especialmente relevantes, examinándola desde diversos ángulos y tratando como objetivo principal ser veraces y objetivos. A todos, bienvenidos.



lunes, 19 de mayo de 2014

EL MIRADOR




     Miguel tras ser intervenido de una dolencia estomacal, fue llevado a planta. Se le asignó la habitación 101, ubicada en la primera planta de aquel vetusto hospital. Sería compañero de cuarto de Daniel, este era aparentemente reservado y poco hablador.
     A poco de cenar, la enfermera comunicó que era hora de dormir, se apagarían las luces y se bajaría la persiana del ventanal. Unas espesas y raídas cortinas hacían desaparecer la cristalera.
La guerra civil no hacía tanto que había concluido y aún se mantenían costumbres de disciplina militar en los centros hospitalarios.
     A las siete de la mañana, al estilo cuartelario, una monja con cara de pocos amigos, entraba en la habitación dando unos “buenos días” que más parecían un lamento. Descorría la cortina, subía la persiana y Daniel se quedaba absorto mirando fijamente a través del gran ventanal de cristal.
Miguel reparó con la atención que su compañero de cuarto miraba hacía el exterior. Un rato después, la curiosidad y el dolor que sufría en silencio, le hicieron reaccionar.
     Disculpa, dijo dirigiéndose a Daniel. Este ni giró la cabeza. Disculpa, otra vez. El absorto compañero de cuarto, se giró hacía Miguel y le espetó: ¡que quieres!. ¿Cómo puedes estar horas y horas sin hablar y mirando fijamente al exterior. El dolor se me hace insoportable y trato de distraerme. Miguel insistió: ¿Cómo puedes distraerte mirando a la calle?. Daniel dijo sin inmutarse, ahí fuera hay vida. Junto a la cornisa de nuestra ventana, unas golondrinas han anidado. No paran de entrar y salir, mientras alimentan a sus polluelos. Al frente, en el centro del jardín botánico, en el mismo banco todos los días, Carmen la enfermera se sienta con el teniente Gutierrez, se toman las manos y hablan de amor. Cuando se cercioran de que nadie les ve, se dan un breve pero intenso beso. Más a la derecha, todas las mañanas Sofia, la hija del director de este hospital, pasea a su bebe, se termina sentando en un banco y le echa pan a los pájaros. Casi al mediodía, un grupo de chiquillos juegan a “volar” aviones de papel. La verdad, es muy entretenido. Si quieres, te puedo narrar cuanto va discurriendo en el exterior.... Miguel aceptó, algo es más que nada, pero fue acumulando un odio y rencor hacía Daniel, por la suerte que este tenía de estar tan cercano al gran ventanal.
     Los días de aquella primavera de 1.956 iban pasando lentamente. Daniel se iba apagando poco a poco. Un cáncer incurable de estómago, forzaba el que cada día fuera un nuevo suplicio y la tenue luz que alumbraba su ya exhausta vida, se fuera extinguiendo.
Aún así, cada mañana, Daniel narró durante algunas semanas, casi sin interrupción, lo que iba aconteciendo en el exterior del hospital. Miguel oía atento cuanto le narraba su compañero de cuarto y anhelaba tener algún día aquella mágica cama, tan cerca de la ventana.
     Al atardecer de aquél sábado, Daniel se encontró mucho peor de lo habitual, tosió, escupió algo de sangre y cerró los ojos para siempre. El descanso había llegado para él. Las enfermeras y monjas lo sacaron enseguida del cuarto, cambiaron las sábanas y dejaron la cama que había sido de Daniel, preparada para otro próximo paciente. Persianas abajo, cortina desplegada, luces apagadas y un buenas noches sin animosidad alguna. La monja abandonó el cuarto ya a oscuras y Miguel se dispuso para hacer lo que llevaba horas pensando. Se levantó de su cama con fuertes dolores, con una lentitud extrema se acercó a la cama vacía, se introdujo en ella no sin gran dificultad y se acomodó. Apenas pudo dormir. Estaba impaciente por disfrutar del espectáculo que hasta esa misma mañana, Daniel le había descrito con tanto lujo de detalles. El reloj que había colgado en la pared, frente a las camas, señalaba las siete en punto de la mañana. La puerta se abrió y la monja de casi todos los días, entraba dando unos buenos días, casi sin ganas. Miguel estaba impaciente. La religiosa se percató del cambio de cama que había hecho el paciente y se lo manifestó con severidad, pero este, en un alarde de ingenio le contestó que el doctor había autorizado la tarde anterior dicho cambio. La monja hizo un ruido como aceptando la explicación y se dispuso a descorrer las cortinas. Miguel se podía oír los latidos de su propio corazón. Nerviosísimo, no perdía detalle de la maniobra que ejecutaba la monjita. Por fin comenzó a subir la persiana. Los ojos de Miguel parecían a punto de salirse de sus órbitas. No podía creer lo que estaba viendo. Ante su atenta e impaciente mirada, solo había un gran muro. Debía medir al menos 5 metros de altura y no permitía ver nada del exterior.
     No había golondrinas. Carmen la enfermera y el teniente Gutierrez no estaban. Sofía la hija del director del hospital, no paseaba a su bebe ni alimentaba a los pájaros. No había chiquillos “volando” aviones de papel. Ni siquiera había un jardín, al menos a la vista.
     Los ojos de Miguel se inundaron de lágrimas. Fue consciente en ese instante, del esfuerzo que hacía todos los días su fallecido compañero de cuarto, para hacerle un poco más llevadero el suplicio, de tener un cáncer que no tendría cura.
     Dos días más tarde, subían a planta a Juan. Se le adjudicaba la cama de interior que había junto a Miguel. El recién llegado se quejaba de un dolor casi insoportable. Miguel se giró hacía su nuevo vecino de cuarto y le dijo: “Ni te imaginas la vida que hay ahí fuera”. Otro día más, Carmen la enfermera está acompañada de su prometido el teniente Gutierrez. Las golondrinas que han anido en la cornisa sobre la ventana, no paran de entrar y salir y dan de comer a sus polluelos. Sofía, la hija del director de este hospital, hoy está preciosa y los chiquillos “vuelan” aviones de papel. El jardín está resplandeciente.
Juan, con cara de extrañeza le preguntó a su compañero de cuarto: Estamos en Octubre, creo que ya no anidan las golondrinas y parece que llueve, ¿Qué hace tanta gente en la calle? Miguel sin inmutarse siguió describiendo cuanto “veía” a través de la ventana.
     Meses después, fue Juan quién animó a un nuevo compañero de habitación. La costumbre de narrar cuanto aparentemente se podía ver desde la habitación 101, fue llegando a oídos de sanitarios y pacientes. Estos últimos, solicitaban ser cambiados a esa magnífica habitación y no aceptaban la explicación de que era un bulo. Finalmente, un enfermero pintó con gran talento y destreza, unas letras junto al número exterior del cuarto. El mirador.
     Los pacientes que no tenían cura, eran conducidos a la habitación 101, y el enfermo de turno, más antiguo, mantenía la costumbre de narrar cuanto acontecía en el imaginario jardín.
     Hay personas que tienen un don especial para animar a los demás y posiblemente no se les puede imitar, pero cuesta muy poco intentar hacerle la vida algo más llevadera a quién tenemos cada día a nuestro lado.

     Un saludo