Aquel rey estaba
próximo a disputar la que sería su última batalla. Se dirigiría
con sus 300 Caballeros Iguales (guerreros de la nobleza) en
los próximos días, al paso de las Termópilas. Acceso
angosto y abrupto que con una escasa infantería, facilitaría el
retener cuanto más tiempo mejor, al enorme ejercito persa, que se
disponía a invadir los cuatro reinos de la Grecia antigua. La
idea era ganar tiempo para poder formar un ejercito suficiente para
intentar repeler a las huestes de Jerges I.
El monarca
buscaba una frase no muy larga, para citar como arenga a sus hombres.
Antes de partir al frente, pensaba hablarle a sus caballeros y les
haría partícipes, de lo agradecido y honrado que se sentía por
luchar hombro con hombro, con los que en aquella época eran
considerados los guerreros más bravos y temidos de toda Grecia.
Delegó en alguno de sus Consejeros para tal menester. Unos le
redactaron un texto que si recogía los valores más resaltables de
Esparta, pero tan extenso que sería difícil su memorización.
Otros le escribieron frases cortas y fáciles de recordar, pero a
criterio de Leónidas, carecían de “alma”.
Apesadumbrado por
la ineficacia de sus Consejeros, la última noche antes de partir al
frente, cuando ya estaba en su alcoba en compañía de su esposa y
tras mantener relaciones con ella, le hizo partícipe de su
inquietud. La Reina se acercó desnuda al balcón de su dormitorio,
sabedora de que a su esposo, le gustaba sobre manera, verla desnuda y
bañada por la luz de la Luna. Tras una breve reflexión, se giró y
mostrando una sonrisa pícara, le dijo: Nuestra patria la llevamos en
el corazón, y este lo tenemos en el pecho. La fuerza de nuestro
ejercito está en sus espadas y lanzas, y estas las empuñamos con
nuestra mano derecha. Cuando pretendemos golpear a nuestros enemigos
con furia, cerramos la mano y formamos un puño. Así pues, con el
puño derecho golpea tu pecho a la altura de tu corazón y grita:
“Honor y Lealtad”; tus hombres te seguirán al mismísimo
infierno.
Leónidas volvió
a quedar sorprendido, con la facilidad que su esposa había resuelto
otra de sus muchas dudas. Mientras la contemplaba sin ropa e
iluminada por una Luna que se le antojaba lasciva, recordó la
anécdota de su nacimiento. Su hermanastro Cleómenes I, anterior rey
de Esparta, le había relatado que deseaba un hijo varón. Tras
recibir la noticia de que su esposa había dado a luz, el rey
preguntó: ¿ha sido un niño?, la respuesta de la comadrona fue: “no
majestad, es una preciosa niña”. El rey se negó a ver a su esposa
por hacerla responsable de no darle un varón, y no quería tampoco
ver a su hija. Al tercer día y presionado por sus Consejeros, entró
en la alcoba donde descansaba su esposa. Se le acercó sin ternura
alguna y le espetó: Ya que me castigas con una hembra, al menos,
¿estará sana?. La reina descubrió al bebé que abrazaba con cariño
y esta abrió sus ojos. El Rey quedó maravillado por la mirada tan
limpia que lucía aquella niña. Unos inmensos ojos marrones
adornaban a la Infanta. Cleómenes sintió la necesidad de sentarse
junto a la cama y siguió observando a su primogénita. Tras horas de
mirarla absorto, se acercó a su hija y apoyó su mano derecha en la
frente de la criatura y dijo: Mi hija será una espartana para la
historia. Por sus ojos tan vivos y que reflejan sabiduría, la
llamaré Gorgo (traducido sería “ojos vivaces”)
Cuando el alba
despuntaba en el horizonte, Leónidas volvió a preguntar a su reina,
sobre la inminente contienda, ¿qué debo hacer? Y ella le contestó:
Ve y muere. Se que no volveré a verte. Pero al menos morirás como
un espartano libre.
Por la mañana,
la guardia personal del Rey estaba formada en el patio de armas.
Leónidas poniendo una voz grave, a la vez que utilizaba un tono que
traspasaba los muros del lugar, les hizo sabedores que estaba
dispuesto a morir por Esparta y que derramaría hasta la última gota
de su sangre. Solo permitiría que le acompañaran los Caballeros que
tuvieran al menos un hijo varón (para proteger el linaje). Les gritó
que ellos representaban todos los valores de Esparta y que le llenaba
de orgullo luchar junto a tan destacada tropa. Entonces separó el
escudo de su cuerpo a la vez que golpeaba con su puño derecho sobre
su pecho, mientras gritaba: “Caballeros Iguales, por Esparta,
HONOR Y LEALTAD hasta la muerte. Los 300 guerreros gritaron al
unísono aquella frase, que perduraría a través de los siglos. A
continuación siguieron a su general hasta la muerte, pero no antes
de causar más de 25.000 bajas al ejercito invasor. Cada espartano de
promedio, mató a 83 persas.
Quinientos años
más tarde, los ejércitos romanos utilizaban como acicate la misma
frase. En la actualidad, comandos de élite de las Fuerzas Especiales
de varios paises, como los Navy Seals de la Armada Norteamericana o
la Legión española, en sus tatuajes, aún hacen referencia a vivir
y morir con Honor y Lealtad a su patria.
Saludos